No será nombrada la infancia
maldecida por los dioses
un hombre pone su cicatriz en el
entrecejo
un hombre con casaca roja y martillo
y un miedo absoluto que te derriba
como si pudieras caer
la tarde se ha vuelto a foja cero
los niños picotean la mano del viajante
en la plaza donde siempre está la fuente
para alguien que se tumba contra el
asfalto a morir hasta el último aliento
anda pues la sentencia entre los dedos
algún olor como la tarde se mete en los
ojos
con sus soles prefectos
el colibrí en el blanco de los huesos deja
sus alas imaginando el olor a isla
como una rosa servida y un hilo para
sostener los hijos puestos de pie
partidos, amados, temidos
no podrá la mano siquiera con su color
detener la sangre transcurrida
la lágrima ser hollada por la guillotina
del ojo de los días
la epifanía será el destino donde pueda parir
el salitre
otros peces
otros panes
que seduzcan a los dioses y nos bendigan
con el canto de los pájaros
pasten los hombres; encantados
más allá de su látigo
su tarde dispuesta tan lejos de la felicidad