domingo, 3 de febrero de 2019



No será nombrada la infancia maldecida por los dioses 
un hombre pone su cicatriz en el entrecejo 
un hombre con casaca roja y martillo 
y un miedo absoluto que te derriba
como si pudieras caer
la tarde se ha vuelto a foja cero 
los niños picotean la mano del viajante 
en la plaza donde siempre está la fuente 
para alguien que se tumba contra el asfalto a morir hasta el último aliento
anda pues la sentencia entre los dedos
algún olor como la tarde se mete en los ojos 
con sus soles prefectos
el colibrí en el blanco de los huesos deja sus alas imaginando el olor a isla 
como una rosa servida y un hilo para sostener los hijos puestos de pie 
partidos, amados, temidos 
no podrá la mano siquiera con su color detener la sangre transcurrida
la lágrima ser hollada por la guillotina del ojo de los días 
la epifanía será el destino donde pueda parir el salitre 
otros peces 
otros panes 
que seduzcan a los dioses y nos bendigan 
con el canto de los pájaros
pasten los hombres; encantados 
más allá de su látigo   
su tarde dispuesta tan lejos de la felicidad  

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